miércoles, 2 de febrero de 2011

El niño Dios y su vestuario

Preocupa ignorancia al vestir al Niño DiosPDFImprimirE-Mail
viernes, 28 de enero de 2011
• Muchas personas cometen el grave error de confundir una imagen sagrada con un juguete, aseguran.

Zoila Bustillo

¡Se visten Niños Dios!

En estos días es muy común encontrar letreros como el anterior en los alrededores de las parroquias o en los mercados, donde se instalan los puestos para vestir a los Niños Dios de cara a la fiesta de la Candelaria. La oferta es inmensa: se ofrece una gran variedad de diseños, telas, tejidos, tamaños, accesorios, etc. Sin embargo, la mayoría de quienes prestan este servicio, poco o nada saben de lo que pide la Iglesia Católica con relación a los diferentes atuendos para vestir las sagradas imágenes.
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“Aquí tenemos todo lo que la gente busca. Cada quien escoge, le vestimos a su Niño de lo que ellos quieran”, fue el comentario de la señora María del Carmen Contreras, quien desde hace 25 años viste Niños Dios en un mercado al sur del Distrito Federal.

Cuando se le preguntó si acostumbraba dar a sus clientes alguna explicación sobre las imágenes sagradas o sobre la fiesta de la Candelaria, su respuesta inmediata fue: “No, ¿para qué?, cada quien tiene su creencia y su santo favorito, yo sólo atiendo a mis clientes”.

Casi la misma respuesta obtuvimos en otro mercado con la señora Pilar Díaz, quien –orgullosa- nos mostró su colección de uniformes de equipos de futbol: “tenemos el traje completo: short, playera, tenis, calcetas y balón. La gente que viene nos pide mucho al ‘niño futbolista’ ”.

Pero no todas las personas que se dedican a este negocio carecen de una buena formación católica. Por ejemplo, la señora Abigail Lucero, lo primero que hizo fue hablarnos del gusto que siente por su trabajo, pero sobre todo, del respeto que le tiene a cada imagen que llega a sus manos, “porque es una representación de Jesús”.

Abigail tiene 25 años dedicada a vestir Niños Dios, y desde hace casi 20 forma parte del grupo de estudios de Biblia en su parroquia; no obstante, el amor al niño Jesús lo trae en la sangre.

En su puesto no se ve ninguna ropita de futbolista o de santo: “yo les explico a mis clientes que se trata de vestir al Rey de Reyes y que, aunque los santos son buenos, el hecho de vestir como ellos al Niño Dios, es como bajarlo de su trono”, manifestó.

“Me han pedido que vista niños hasta de la ‘Santa Muerte’, pero yo me niego. A esas personas les hablo del respeto y del amor a Dios, y les enseño las bellezas de trajes que hay para poner hermosos a sus Niños Dios y llevarlos a bendecir al templo”, agregó.

En estos lugares lo que más se vende son los ropones, que pueden ser tejidos, deshilados, bordados o incluso llevar pedrería fina. Estos últimos se hacen sobre pedido porque son los más caros. Pueden costar hasta más de 500 pesos. “Son una belleza, pero hay desde los 30 pesos”.

Existen vestidos para arropar las imágenes de cuatro centímetros de tamaño, hasta los más grandes de 40 centímetros: de Niño de las Uvas, de las Azucenas, del Sagrado Corazón de Jesús, de las Palomitas, del Santo Niño de Atocha, etc. Todos con sus respectivos accesorios.

¿Qué pide la Iglesia?

La Iglesia siempre ha enseñado que las imágenes del Niño Dios deben ser bellas, dignas y tratadas con decoro, porque nos recuerdan que Cristo nació, fue niño y creció entre nosotros.

“Sin embargo, las imágenes no sienten y no es correcto pensar que tienen frío, se ponen tristes o se enojan si no se les cambia de ropita; al contrario, no es necesario ponerle nueva vestimenta cada año y si queremos ponerle un vestido digno y verdaderamente bello, valdría la pena ponerle uno solo”, explicó el padre José de Jesús Aguilar, especialista en religiosidad popular.

Además –dijo- Cristo fue modelo de vida para los santos y son ellos quienes quieren parecerse a Jesús, por eso no debe vestirse a los Niños Dios de santos aunque se diga que está de moda, o para que se vea más original o porque se debe una manda.

“Por muy ejemplares que sean para nosotros los santos, no debemos confundirnos y no debemos ‘disfrazar’ a Cristo de santo”, insistió el sacerdote, al tiempo que recomendó a los fieles que si quieren ponerle a su Niño Jesús un traje de una advocación, lo vistan de Niño de las Palomitas (recordando el significado del sacrificio), de Nazareno, de Sagrado Corazón, de Cristo Rey, de Cristo Sacerdote, de Buen Pastor, etc.

Asimismo, exhortó a los creyentes a no dejarse llevar por “ocurrencias o modas que llevan a algunas personas a vestir la imagen de charro o de otras cosas, porque correríamos el riesgo de confundir una imagen sagrada con un juguete”.

El P. José de Jesús lamentó que en muchas ocasiones las personas que se dedican a vestir a los Niños Dios sólo se interesen por las ventas, y es por eso que promueven ese tipo de “novedades”.

Aclaró que tampoco es necesario seguir ciertas normas que algunas personas creen indispensables, como sentar al Niño Dios a los tres años, que los padrinos escogen y pagan el trajecito o que estos no se pueden cambiar antes de los tres años.

“Sigamos con nuestro amor a Dios, a Cristo y a los santos. Aprovechemos que las imágenes nos hacen sentir más su presencia. Sintamos que Cristo es parte de nuestra familia, pero no caigamos en errores que desvíen nuestra fe y se conviertan en motivo para que los católicos seamos criticados como idolatras”, aconsejó finalmente el sacerdote.

La fiesta de la Candelaria

El 2 de febrero, Día de la Candelaria, es una de las más bellas y antiguas tradiciones que celebran los mexicanos. Según la costumbre judía es el día de la Purificación de María, pues es la fecha en que el Niño Jesús fue presentado al templo, después de que su Santísima madre cumplió la cuarentena de su parto.

Esta fiesta católica tiene su origen en el libro Levítica que prescribía que todas las mujeres debían presentarse al templo a los 40 días para purificarse si el hijo nacido era varón, y a los 80 si era mujer.

Su nombre viene de la bendición de las velas que también se hace ese día para simbolizar que Jesús es la luz de todos los hombres.

En síntesis, engalanar al Niño para llevarlo a bendecir a la parroquia no debe ser un mero trámite, la Iglesia Católica explica que debe aprovecharse la ocasión para reflexionar acerca de la obediencia de la Virgen María y para agradecer a Jesús que haya venido a iluminar nuestros corazones en el camino a nuestra salvación eterna.

martes, 1 de febrero de 2011

Ponencia de Mons. CHRISTOPHE PIERRE, NUNCIO APOSTÓLICO EN MÉXICO, en el FORO con motivo de la BENDICIÓN e INAUGURACIÓN del CENTRO DE DESARROLLO COMUNITARIO "SANTA MARÍA DE GUADALUPE



EL “BIEN COMÚN”
                                      
Fundamento primario de la enseñanza social de la Iglesia, es el mandamiento del amor: Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como a ti mismo. Éste es el fundamento de toda la moral cristiana y, por lo mismo, de la doctrina social de la Iglesia que es parte de esta moral, y con la cual la Iglesia responde a la pregunta: ¿Cómo debo amar a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social? Porque nuestro amor a Dios y al prójimo debe impregnar la vida entera y conformar nuestras acciones y nuestro ambiente según el Evangelio; porque la economía y la política no son algo separado de la moral, y sí son, en cambio, los espacios en donde el cristiano debe hacer que su fe influya en los asuntos temporales.

El mandamiento del amor es, pues, el fundamento general de la doctrina social de la Iglesia. Pero esta tiene también fundamentos específicos que pueden ser resumidos en cuatro principios básicos. A saber: 1) la dignidad de la persona humana; 2) el bien común; 3) la subsidiariedad; y 4) la solidaridad.

1. La dignidad de la persona humana, es el principio que da fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura, es ante todo necesario entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Porque cada persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable, y por ello, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio.

La centralidad de este principio, confirmado también por Benedicto XVI, lo subrayó fuertemente el Papa Juan Pablo II en su encíclica Centessimus Annus, diciendo que “hay que tener presente desde ahora que lo que constituye la trama... de toda la doctrina social de la Iglesia, es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma. En él ha impreso su imagen y semejanza (Cf. Gn 1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable” (No. 11).

De ahí que la Iglesia, antes de pensar en términos de naciones, partidos políticos, tribus o grupos étnicos, lo haga más bien en la persona individual, defienda, al igual que Cristo, la dignidad de cada individuo, y comprenda la importancia del estado y de la sociedad en términos de servicio a las personas y a las familias, y no al revés.

2. El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común, al que las ideologías dan su propia interpretación.

- En los sistemas políticos colectivistas, el bien común es considerado como la suma de los valores sociales para el servicio de la comunidad, quedando supeditado el individuo al fin de la sociedad, e identificando el bien común con el bien social. Concepción injusta, dado que tal igualitarismo es contrario a la justicia que demanda que se dé a cada uno lo que le pertenece.

- La ideología liberal, por su parte, subraya bien la prioridad del individuo sobre la sociedad y el Estado, pero descuida la atención a las condiciones sociales, negando, en la práctica, que el bien común tiene carácter supra individual, pues es un bien social en sí mismo.

Pero, para la Iglesia, ¿qué es el bien común? Lo ha dicho a través del Concilio Vaticano II, afirmando que es “el conjunto de aquellas condiciones de vida social que facilitan tanto a las personas como a los mismos grupos sociales el que consigan más plena y más fácilmente la propia perfección” (Gaudium et spes, 26; cfr. 74). Gracias a los debates conciliares, a las realidades que tuvieron que enfrentarse a lo largo del siglo XX, y a la revaloración de la subjetividad, de la conciencia, de la libertad y de los derechos humanos, fue posible explicitar que el bien de la comunidad tiene que ser orientado por una antropología normativa basada en la persona como portadora de un valor absoluto del que derivan obligaciones morales y jurídicas, también absolutas.

En efecto, el hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria de personas, alcanza su perfección no en el aislamiento de los demás, sino dentro de comunidades y a través del don de sí mismo que hace posible la comunión. El bien común no es exclusivamente mío o tuyo, y no es la suma de los bienes de los individuos, sino que más bien crea un nuevo sujeto nosotros en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con los demás. Por ello, el bien común no pertenece a una entidad abstracta, como es el estado, sino a las personas como individuos llamados a la comunión.

El autor contemporáneo que más ha contribuido al enriquecimiento de la noción de bien común desde un punto de vista explícitamente personalista, es Karol Wojtyla, Juan Pablo II.

Como Catedrático de Filosofía en la Universidad Católica de Lublín construyó una hermenéutica de la persona que culminó con una nueva teoría de la intersubjetividad y del bien común. Esta compleja teoría reivindica que la persona es naturalmente social por una plenitud ontológica que de suyo es difusiva y que hermana a todos los seres humanos de origen. El bien común será entonces aquel bien que realice precisamente la dimensión personalista de la acción entre las personas.

Ya Papa, Juan Pablo II escribirá la Encíclica Sollicitudo rei socialis en la que completará esta intuición mediante la articulación de la noción de solidaridad y de bien común.

La solidaridad -escribe-, es el bien común en acción: “El hecho de que los hombres y mujeres, en muchas partes del mundo, sientan como propias las injusticias y las violaciones de los derechos humanos cometidas en países lejanos, que posiblemente nunca visitarán, es un signo más de que esta realidad es transformada en conciencia, que adquiere así una connotación moral. Ante todo se trata de la interdependencia, percibida como sistema determinante de relaciones en el mundo actual, en sus aspectos económico, cultural, político y religioso, y asumida como categoría moral. Cuando la interdependencia es reconocida así, su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como «virtud», es la solidaridad. Esta no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (No. 38).

Desde este punto de vista, el fin del Estado es hacer posible la solidaridad, es decir, hacer que las personas puedan encontrarse con otras personas y relacionarse de modo responsable para construir entre todos una vida personal y social más humana. El bien común temporal, es el fin específico del Estado, y consiste en una paz y seguridad de las cuales las familias y cada uno de los individuos pueden disfrutar en el ejercicio de sus derechos y, al mismo tiempo, de la mayor abundancia de bienes espirituales y materiales en esta vida, mediante la colaboración concorde  y activa de todos los ciudadanos.

Principios éticos que regulan el Bien Común
1) No puede haber contraposición entre el bien particular y el bien común. Este es un principio básico de la antropología que explica el ser del hombre en la singularidad del individuo y en la dimensión social de la persona. El conflicto se presenta en la vida práctica cuando se trata de armonizar la esfera privada y la esfera pública o en los casosen los que entran en colisión los derechos personales con las exigencias de la sociedad. La solución de tales conflictos no viene por la simplificación de anular una dimensión del hombre, sino por el esfuerzo de salvar las dos, pues, como decía Juan PabloII: "La persona se ordena al bien común porque la sociedad a su vez está ordenada a la persona y a su bien, estando ambas subordinadas al bien supremo, que es Dios".

2) Los ciudadanos situados en el mismo plano, no pueden ser privilegiados frente a otros, ante el bien común y en la misma escala de valores. Este principio condena el tráfico de influencias y la corrupción, y mantiene la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.Dice el Concilio Vaticano II: "Los partidos políticos deben promover todo lo que crean que es necesario para el bien común; pero nunca es lícito anteponer el propio interés al bien común".

3) No hay que confundir el bien común con un bien colectivo, pues el bien común mira por igual, sea al individuo que a la colectividad, aún cuando, en ocasiones, el bien común exija que el bienparticular ceda ante las exigencias de la colectividad.

4) El bien común debe redundar en beneficio del conjunto de los ciudadanos, pero no del mismo modo ni en el mismo grado. Han de ser beneficiados los más débiles y los más necesitados. Cierto igualitarismo social puede comportar una injusticia social generalizada.

5) El bien común no se concreta solo en los bienes económicos, sino en la riqueza de la persona, las necesidades de la familia y en el bien de las sociedades intermedias.

6) El bien común permite el mal menor, es decir, permite que algunos de los bienes anteriores puedan ser postergados en favor de un bien mayor. Pero esto tiene un límite señalado por los derechos exigidos por la ley natural. Nunca puede pasarse la frontera que fija la ley natural. Si el bien común está íntimamente ligado a la naturaleza humana es lógico que en su obtención se sigan los dictámenes de laley que rige esa naturaleza.  Por lo mismo, el gobernante no puede legislar permitiendo que se quebrante la ley natural.

J. Maritain dice: "El bien común... no se mantiene en su verdadera naturaleza si no respeta aquello que es superior a él, si no está subordinado... al orden de los bienes eternos y alos valores supra temporales de los que depende la vida humana... Me refiero a la ley natural y a las reglas de la justiciay a las exigencias del amor fraterno... a la vida del espíritu...a la dignidad inmaterial de la verdad... y de la belleza".

7) Salvados los principios de la ley natural, al gobernante le queda un margen para buscar el bien común, sin legislarlo mejor, sino lo posible, como reconoce Pío XII: "Un político cristiano no puede -hoy menos que nunca -aumentar las tensiones sociales internas, dramatizándolas, descuidando lo positivo y dejando perderse la recta visión delo racionalmente posible".

El bien común en sentido cristiano integra, además, el bien común internacional, mismo que es precisamente perseguido por la solidaridad, "nueva virtud cristiana", según Juan Pablo II.

3. El tercer principio clásico de la doctrina social es el principio de subsidiariedad, formulado por primera vez por el Papa Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno. Este principio enseña que las decisiones de la sociedad deben quedarse e al nivel más cercano a los afectados por la decisión. Este principio nos invita a buscar soluciones para los problemas sociales en el sector privado antes que pedir al estado que interfiera. Incluso antes de la encíclica de Pío XI, el Papa León XIII mismo insistía «sobre los necesarios límites de la intervención del Estado y sobre su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y la sociedad son anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos de aquél y de éstas, y no para sofocarlos» (Centessimus Annus, 11).

4. El cuarto principio que fundamenta la doctrina social de la Iglesia –al cual hemos hecho ya referencia-, sólo recientemente fue formulado por Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis, y es el llamado principio de solidaridad. Al hacer frente a la globalización, a la creciente interdependencia de las personas y los pueblos, es indispensable tener en mente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren.

Al hablar del bien común no podemos olvidar, más aún, hay que relevar con satisfacción cómo el Santo Padre Benedicto XVI ha también colocado la Doctrina Social de la Iglesia en el centro de su encíclica Deus caritas est, como instrumento con el que la caridad purifica a la justicia y la fe purifica a la razón.

No cabe duda de que no será posible contribuir al bien común, a través de una nueva cultura de la verdad, sin una utilización seria y sistemática de la doctrina social de la Iglesia como motor de una interdisciplinariedad ordenada que, lamentablemente, a falta de un diálogo fecundo, como también a un plano formativo auténtico que tenga en el centro la doctrina social vista dentro de toda la vida de la Iglesia, hoy se ve aún lejana.

El evangelio del día y el comentario. Colaboración del Padre Martín Octavio García

Evangelio según San Marcos 5,21-43.
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?".
Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas".
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate".
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,
y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. 



El texto que leemos hoy tiene como personajes principales a dos mujeres que son sanadas y salvadas de la muerte gracias al poder divino de Jesús y al poder de la fe. Existe un punto en común en estas dos mujeres: las dos están perdiendo la vida, a las dos se les agota el tiempo y necesitan ser liberadas de los brazos de la muerte, y para ello acuden al Maestro, al único en quien encuentran la posibilidad de una vida nueva. La hemorroisa, mujer que padecía de flujos de sangre desde hacía doce años, y Jairo, quien representa a su hija y a las autoridades religiosas del pueblo judío, poseen una fe infinita en la fuerza salvífica de Jesús; reconocen que él es capaz de devolver al ser humano su verdadera dignidad y la verdadera vida, cosa que el sistema religioso y social de la época no ofrecía a los más débiles, y, por el contrario, se encargaba de marginarlos y de condenarlos a una muerte en vida. Estas dos acciones milagrosas de Jesús son la respuesta a una fe sencilla, firme (la hemorroisa) y probada (Jairo).

Catholic.net - Santoral de hoy

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domingo, 30 de enero de 2011

Todos a apoyar este proyecto.

Apoyemos la reconciliación con la vida. CANICA es un proyecto que comienza a brotar en Oaxaca. La lucha contra el cáncer es parte de la lucha por la vida.

Comunicado de prensa del Arzobispo de Antequera Oaxaca

LOS USOS Y COSTUMBRES EN LA TRANSICION DE OAXACA
Comunicado de Prensa
Enero 30 de 2011.
Los pueblos indígenas por su número, por sus valores y por ser una de nuestras raíces, son parte fundamental para la reconciliación, la integración y desarrollo de Oaxaca.
En esta coyuntura histórica de transición, es oportuno y hasta necesario un acercamiento respetuoso y responsable por parte de la sociedad a los Usos y Costumbres indígenas para pulsar sus valores, deficiencias y reconocer el bien que aportan a toda la sociedad; pero también se requiere una revisión serena y decidida por parte de las mismas comunidades indígenas en vistas a fortalecer lo bueno y sanear de lo que las daña. Sin negar sus vacíos, desaciertos y riesgos, hoy me limito a señalar algunos elementos que nos ayuden a pulsar algunas bondades y a reconocer su aportación constructiva a la sociedad.

Por Usos y Costumbres entendemos toda la variedad de expresiones familiares, religiosas, políticas y sociales de las comunidades indígenas. Las fiestas y tradiciones, especialmente las religiosas, tan llenas de colorido y de alegría, son lugares privilegiados donde palpamos una rica variedad de expresiones vivas: ritos, idioma, música, danza, canto, trajes típicos, juegos pirotécnicos, convivencia, comida, artesanías, modo de organizarse y de elegir a sus autoridades y servicios. En el conjunto de estas expresiones son patentes los valores de la comunidad, de la familia, el lugar y autoridad de los ancianos, el respeto y cuidado de la naturaleza, el servicio y la generosidad.

A través de esas expresiones vivas, las culturas fortalecen la identidad de sus miembros, dan sentido a lo que se realiza y a la misma vida, alimentan la integración y cultivan la responsabilidad social mediante servicios concretos que miran al bien común.

Los Usos y Costumbres, cuando no son manipulados ni politizados, son espacios privilegiados de inculturación porque sustentan y proyectan las culturas, son verdaderas escuelas de integración y de socialización práctica.

Por el conjunto de los Usos y Costumbres las comunidades indígenas colaboran realmente al desarrollo económico de Oaxaca atrayendo al turismo; no olvidemos que las zonas arqueológicas son su herencia y que no pocas bellezas naturales, coloniales y de arte sacro están en su territorio y bajo su custodia. No solo atraen de otros Estados, también nosotros admiramos y disfrutamos de sus fiestas, tradiciones y bellezas; así contribuyen no solo a la economía sino también a la reconciliación e integración de Oaxaca.
Las culturas indígenas ya han aportado mucho y continúan aportando al bien de toda la sociedad. Es tiempo de volver los ojos y el corazón a los Usos y Costumbres con esta actitud, apoyar su revisión política, económica y social para proteger sus bondades y dinamismos de vida que a todos nos benefician, pero también para que sean saneadas de daños y desaciertos, liberadas de rezagos, manipulaciones y autoritarismos que a todos dañan. Es una exigencia de justicia social.
Con mi saludo y bendición para todos.
+ José Luis Chávez Botello
Arzobispo de Antequera-Oaxaca